De Homo Sapiens pasamos a ser Homo Faber

De Homo Sapiens pasamos a ser Homo Faber

“Homo faber es una locución latina que significa ‘el hombre que hace o fabrica’. Se usa principalmente en contraposición a Homo sapiens, la denominación biológica de la especie humana, locución también latina que significa ‘el hombre que sabe’.” (“Wikipedia. Homo faber”).

La infelicidad y esclavitud del Homo Faber.

“En lo  ordinario o refinado, el faber dedica su ingenio a construir, a elaborar artefactos para su entorno y, como no, en repetidas ocasiones a destruir la  naturaleza, al sentirse señor de su espacio, al creerse amo del universo le lleva a comportarse en rasgos devastadores. Homo Faber, hombre que hace o fabrica, se encuentra entre el Habilis y el sapiens, no obstante, el faber parece reinar sobre el sapiens, mera inclinación en hacer y hacer, el músculo sobre la meditación, la velocidad sobre la espera, los fines sobre los medios, los productos sobre las éticas, los instintos sobre la razón. […] El sapiens lucha por su emancipación, cultiva un lugar político para apropiarse del devenir, quienes no lo intentamos, se deduce, nos quedamos entre el faber que hace cosas, que destruye la naturaleza y el laborans que no va más allá de la opresión de su cuerpo. El sapiens surge de la reflexión del Faber, nos lo ha revelado Bergson.

La técnica, las herramientas son el centro de acción del Homo Faber, el mundo se domina con utensilios que se constituyen en extensiones de las extremidades, de la vista, de la audición o de cualquier otro sentido, sin artefactos es complejo intervenir la naturaleza para domesticarla al capricho faberiano. El faber cambia las condiciones de los elementos, hay violencia en la fabricación, se alteran los objetos y, por tanto, la existencia misma es otra; por simple que parezca, darle vida al barro es transformar la esencia del barro, alterar el curso de un río, invadir el mar, romper una montaña, o modificar genéticamente una especie con intervenciones abruptas.

¿Vamos a seguir destruyendo la Tierra, el universo por fabricar y hacer utensilios innecesarios? Extender la ruta del faber, olvidándonos de nuestra condición de sapiens, de pensantes, es caer en la maquinización de las realidades, en la temida alienación. ¿Podremos dar una vuelta de tuerca del fabricar dinero para hundirnos en la acumulación? ¿En qué devendremos en la esquizofrenia del producir, del fabricar? ¿Las tecnologías que elaboramos están preparadas para acoger, corregir y evitar el abuso? Son preguntas éticas, filosóficas y ontológicas que no tienen una única respuesta, pero que el sapiens puede abordar, al faber no le podemos pedir tanto, con hacer y accionar le basta el mundo. Consumimos para garantizar la existencia, en la medida en que consumimos nos consumimos, labor y consumo son secuencias del mismo proceso. En este siglo XXI el faber es cosificado en las ventas de felicidades, es objeto de sus herramientas, de sus tecnologías, ha perdido el dominio sobre sus instrumentos tecnológicos, ya empieza a obedecer, a estar subordinado por sus creaciones, en esa esquizofrenia se olvida de ser sujeto, de ir por su emancipación, no va allende del espejo.

Unos rasgos de locura, del homo demens, subyacen en el faber, cuyo espíritu es la emoción pura del hacer, es un narciso enloquecido en fabricar, le aplica aquel chascarrillo ‘Sólo cuento contigo, no me falles’ susurra el loco-faber mirándose al espejo. Somos una especie acumuladora deseosa de futuro ¿en qué lugar, en qué momento el faber se impone al sapiens? El faber es acción, no dispone de la contemplación propia del sapiens. Actuar, hacer, fabricar es propio del músculo faberiano; contemplar, sopesar, pensar está relacionado con el cerebro, no es que podamos usar el músculo humano sin pensar, pero sí conseguimos suplirlo por máquinas que lo reemplazan y nos demuestran que no deben pensar, sólo reaccionar a órdenes, así se comporta el faber, con buenos músculos para producir objetos, pero con baja contemplación.

Procedemos de una cultura situada, de una experiencia que integra nuestra memoria, la cual suele ser despreciada en los enjambres digitales. Asistimos al recorte de los tránsitos de maduración en los frutos, en los animales, en las tecnologías y en los humanos, parecemos dictadores sin ley; en ese sentido, venimos restringiendo nuestros horizontes comprensivos; algo nos está faltando en lo que nombramos como filosofía de la prudencia, de la paciencia, o del estoicismo para tensar al sapiens y no reducirnos al faber. […]

No debemos perder nuestra condición artística que, en palabras de Hannah Arendt, es el único trabajador que queda en la sociedad laborante. Poetizar la palabra para no repetir los lenguajes de los poderes, vernos como artesanos al no diferenciar la técnica del trabajo, porque el artesano ama lo que hace, lo integra a su ser, sabe que entre encuentros y desencuentros nos re significamos. El sapiens identifica que tenemos algunas carencias, que nos congregamos para suplirlas, por eso cuando caminamos para protestar, bailamos para disfrutar, oramos para salvarnos, nos reunimos para comer, estudiamos para aprender, o nos vacunamos para aliviarnos; es porque algo nos falta y encontramos la necesidad de llenar ese vacío.  ¿Qué nos falta para podernos encontrar? El arte es esa posible bisagra, algunos explican que no es el arte sino la tragedia la que nos acerca, más fácil nos congrega una catástrofe sideral que un resplandor artesanal, nos identificamos con el otro en las dificultades, nos conjuntamos en el dolor, nos acercamos en la desventura, nos arropamos en la cercanía de desdichas, las pandemias son un buen ejemplo; en el sufrir nos sentimos humanos, vulnerables, frágiles y, justo ahí, nos tornamos contiguos, gregarios, solidarios, somos más humus que máquinas en las adversidades. […] La experiencia contemplativa del silencio es la virtud del sapiens, que debemos buscar y sembrar para no perdernos de nuestra condición humana, sino seguiremos dando respuestas a nuevos problemas con palabras y acciones impropias. […]

Hoy andamos enloquecidos queriendo transformar todo, no sólo en su aspecto externo sino interno, vamos cual cabras-Faber ambicionando fabricar personas y haciendo cosas para transformar sin contemplar los abismos que se apresuran. El afuera nos quiere fastidiar o transformar, desde religiones, políticas, economías, ciencias, jurídicas y hasta farándulas sueñan con modificarnos a su estilo. […] La acción y la máquina demanda aceleradas, transformaciones ¿Quién piensa a altas velocidades? Esa no es la condición humana, precisamos de lentitud, sosiego y silencio, como instancias centrales de un pensar reposado, la velocidad es su condena. […]

De lo que se trata no es de transformar todo, sino de dejar que las personas logren ser lo que desean ser, potenciar su herejía o capacidad de elegir, fomentar la equidad, la conversación donde la palabra no tenga fin para apoyarnos. Por implicación, las ciencias, las filosofías pueden rescatarnos algunas pistas desdeñadas o darnos inéditas alternativas, pero, para ello se requiere tiempo, pensar con osadía comunal, contemplar en silencio, apacentar los afanes para madurar nuestras libertades, religiones, democracias, amistades, amores, justicias, ciencias educaciones y utopías ¿Cuántos locos crees que caminan sueltos por la calle? A mí me da igual, ¡Soy invisible! Responde el más cuerdo de los tres. Así las cosas, poner, un poco, en reposo la furia del Homo Faber y darle más lugar al sapiens que nos habita es una idea que, incluso, hasta el Homo Demens apoyaría.” (“Revista Plumilla Educativa. Homo Faber, por Miguel Alberto González González”).

El consumidor voraz.

“El sistema económico necesita ciudadanos adictos al consumo, que aunque tienen cada vez más cosas, siguen comprando más y más cada día. Y es que la adicción a la compra no es un problema de algunas personas, sino un problema que tiene nuestra sociedad.

Los psicólogos que, en los albores de lo que hoy conocemos como sociedad de consumo, analizaban los cambios que se estaban produciendo, eran optimistas: los avances tecnológicos y la industrialización permitirían fabricar cada vez más bienes, en menos tiempo y con menos trabajo humano. Pronto todos los ciudadanos dispondrían de lo que necesitaban e incluso de adelantos que harían más cómoda su vida ordinaria: lavadora, frigorífico, etc. Cuando esto sucediera, la curva de consumo, acelerada al principio, se estabilizaría. El consumismo inicial se moderaría y, las personas dispondrían de mucho tiempo libre, en una sociedad que progresaría hacía el bienestar. En esa nueva sociedad, los ciudadanos tendrían oportunidad de buscar su auténtica realización personal a través de la cultura, las relaciones humanas, y aquellas actividades que les resultarán gratificantes. Vista la situación de la sociedad actual, estas profecías nos parecen tan optimistas como ingenuas. Sin embargo, si lo pensamos bien, esa hubiera sido la evolución socioeconómica más lógica ¿Quién podía pensar que los ciudadanos, que cada vez tenían más cosas, siguieran comprando más y más cada día? ¿Cómo se podía prever que la curva del consumo subiera de forma exponencial, sin encontrar ningún punto de moderación, aunque fuera a costa de destruir en pocos años todos los recursos del planeta?

El punto clave para entender la evolución de la sociedad de consumo, es que quienes controlan el sistema económico –como ha quedado claro en la reciente crisis– no están interesados en el bienestar psicológico de los ciudadanos, ni en su realización personal. Lo que desea es mantener el mercado en constante expansión, de forma que no dejen de aumentar las ventas de las empresas y, por lo tanto, sus beneficios. Esto es lo que ha supuesto pasar de una ‘economía de producción’ a una ‘economía de consumo’, en la que el reto de las empresas no es producir, sino vender. El marketing y la publicidad son las piezas claves del mantenimiento de este sistema, puesto que son las encargadas de mantener a los consumidores permanentemente estimulados para incorporar a sus vidas todos los productos y servicios que se les ofrece.

Como acertadamente señalaba Maslow y otros psicólogos humanistas, a medida que las personas tienen cubierta sus necesidades básicas, buscan la motivación en otras metas más elevadas, como tener relaciones sociales gratificantes y el desarrollo de sus capacidades; esto es, en la búsqueda de la autorrealización y la felicidad. Para cambiar esta tendencia natural de las personas, y continuar manteniéndoles en su papel pasivo de consumidores, la publicidad y el marketing se ha esforzado en transformar sus valores e ideas, tendiéndole un engaño de profundas y negativas consecuencias: convencerles de que la compra es el medio para encontrar esa felicidad que buscan. Sin duda esta manipulación esconde el mayor de los absurdos: tratar de utilizar la compra para superar el hastío y la insatisfacción que produce la sociedad de consumo. Los consumidores que –consciente o inconscientemente– se dan cuenta cada día de que su vida no es la que les gustaría, necesitan seguir comprando, aunque no necesiten lo que compran. En eso consiste la adicción a la compra: una dependencia hacia un comportamiento que no da ni felicidad ni placer, pero que se sigue realizando como si lo diera.

El sistema económico necesita ciudadanos adictos al consumo, y se ha esforzado en crearlos y mantenerlos así, aunque el precio haya sido destruir la esperanza de una sociedad más humana y un desarrollo personal más pleno para todos. Por tanto, la adicción a la compra no es un problema de algunas personas, sino un problema que tiene toda nuestra sociedad. Debemos luchar por un desarrollo económico sostenible, pero también por nuestro propio bienestar y por nuestra propia realización personal. No podemos aceptar sin crítica los valores que interesadamente tratan de imponernos, ni resignarnos al papel de simples consumidores manipulables e insaciables que nos han asignado. Debemos lograr un nuevo modelo de consumo que aumente nuestro bienestar, sin destruir el medioambiente, ni los valores humanos y sociales más positivos.” (“El Salto Diario. Consumismo: adicción a la infelicidad”).

La carrera de las ratas.

“Una carrera de rata es una búsqueda interminable, contraproducente o inútil. La frase equipara a los humanos con ratas, que intentan ganar una recompensa como el queso, en vano. También puede referirse a una lucha competitiva para salir adelante financiera o rutinariamente. El término se asocia comúnmente con un estilo de vida agotador y repetitivo, que no deja tiempo para la relajación o el disfrute.” (“Wikipedia. Carrera de la rata”).

“Un paradigma, en un sentido amplio, se refiere a una teoría que sirve de modelo a seguir para resolver, decidir o enfrentar situaciones, lo cual genera que se establezca un patrón de conducta. Desde la antigüedad y principalmente en la Revolución Industrial, el paradigma respecto al funcionamiento del dinero que se ha establecido en la mayoría de las personas trabajadores es, en palabras simples: ‘Trabajar = Ganar dinero = Gastar’. Así, se establece un ‘círculo vicioso’ interminable, que limita la capacidad de conseguir una libertad financiera a cualquier trabajador. Este círculo vicioso es denominado como ‘La carrera de la rata’, por Robert Kiyosaki en sus libros. El establecimiento de este ‘paradigma antiguo’ en la mente de muchas personas no es casualidad. Aunque parezca una generalización, la verdad es que esa es la forma que nos enseñan a vivir, no solo en los sistemas educacionales sino, más importante aún, en nuestros casas, donde crecemos.” (“Activomás Inversiones. ¿Qué es la carrera de la rata y cómo escapar de ella?”).

De la Metafísica de Aristóteles, proviene el “principio de no contradicción”, y que desde el punto de vista ontológico (del griego, ontos, ser, aquello que es y logos, tratado), se plantea de la siguiente forma: “nada puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto”. El filósofo francés Jean-Paul Sartre, lo describió así: “En una palabra, si el ser está doquiera, entonces ya no sólo, como lo quiere Bergson, es inconcebible la Nada: del ser no se derivará jamás la negación. La condición necesaria para que sea posible decir no, es que el no-ser sea una presencia perpetua, en nosotros y fuera de nosotros; es que la nada infeste el ser”. (Pág. 22. “El Ser y la Nada. Ensayo de Ontología Fenomenológica”). Al decir existir, estamos mencionando al Ser que se expresa, que se manifiesta. Entonces, inferimos que lo único real y permanente es el Ser. La sociedad actual, le da más importancia el hacer y tener, que Ser. Lo único que nos puede salvar de nuestra propia destrucción, es voltear hacia nuestro interior, hacia nuestro Ser, y aquí cito al Maestro George Ivánovich Gurdjieff, quien escribió: “Para hacer, antes hay que ser y ser, es ser diferente”.

Eduardo Flores Zazueta

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